
Nace en el
barrio de Maravillas, actual
Malasaña, concretamente en la calle Marqués de Santa Ana; en el seno de una familia sencilla y de pensamiento
liberal-progresista. La prematura muerte de su padre le obliga a empezar a trabajar con apenas trece años como modista junto a su madre. En el año
1909 obtiene plaza por oposición en el cuerpo auxiliar de Telégrafos.
En
1914 obtiene una plaza como profesora en la Escuela de Adultos de Madrid, al tiempo que es secretaria del diario
La Tribuna. En su época de actividad política participaría en periódicos como
Nuevo Heraldo,
El Sol y
El Tiempo.
En
1922 decide concluir sus estudios de Bachillerato, lo que consigue rápidamente. Eso le permite matricularse en Derecho. En
1924 obtiene la licenciatura en Derecho por la Universidad de Madrid. Pasa a ser miembro del colegio de Abogados en 1925.
Inicia por esa época su actividad política, centrada en los derechos no reconocidos de la mujer. Participa en ciclos y conferencias universitarias, y comienza a publicar escritos hasta que en 1929 entra en el Comité Organizador de la
Agrupación Liberal Socialista y pasa a
Acción Republicana.
En los procesos de
San Sebastián a los rebeldes de guarnición de Jaca de
1930 asume el papel de abogada defensora. Funda y preside la
Agrupación Unión Republicana Femenina.
Posteriormente se une al
Partido Radical, con el que, en
1931, es elegida diputada por Madrid. Es una de las primeras mujeres, junto a
Margarita Nelken y
Victoria Kent, que obtiene un escaño en el Parlamento republicano.
Durante este primer período mantiene una dura polémica con
Victoria Kent respecto al derecho al voto de la mujer. Victoria Kent argumentaba que la mujer, influenciada fuertemente por la Iglesia, votaría a la derecha reaccionaria. Campoamor defendía el derecho inalienable al voto de la mujer, independientemente de su orientación política. Esta posición ideológica la enfrentó a sus propios compañeros de partido.
En la sesión del
1 de octubre de
1931, Clara Campoamor defendió el derecho al voto de las mujeres contra quienes argumentaban que no se debía aprobar el voto femenino, "hasta que las mujeres dejaran de ser retrógradas" (Álvarez Buyita, Rico); "hasta que transcurran unos años y vea la mujer los frutos de la República y la educación" (
Victoria Kent) o indefinidamente, "porque las mujeres son histéricas por naturaleza" (
Roberto Novoa Santos). Hubo quienes proponían excluir esta cuestión de la Constitución para poder impugnar los resultados si las mujeres no votaban de acuerdo con el gobierno (
Rafael Guerra del Río) o reconocer el derecho a voto solamente a las mayores de 45 años "porque antes la mujer tiene reducida la voluntad y la inteligencia" (Ayuso). Las otras dos únicas diputadas en aquél Congreso Constituyente, Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, y
Margarita Nelken, del
PSOE, consideraban inoportuno el reconocimiento del voto femenino y no lo apoyaron.
Finalmente, se aprobaría el cambio en la Constitución de 1931 por una ligera mayoría, quedando el texto como sigue: Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes. En el mes de diciembre de 1931 logró vencer una nueva maniobra para limitar el derecho de sufragio femenino.
Paradójicamente, las elecciones de
1933, primeras con sufragio universal en España, ya que la mujer tenía derecho a voto, significaron la victoria de la derecha política, como había pronosticado
Victoria Kent, y tanto ésta como Clara Campoamor perdieron sus escaños.
En 1933 no consiguió renovar su escaño, y al año siguiente abandonó el
Partido Radical por su subordinación a la
CEDA y los excesos en la represión del
golpe revolucionario de Asturias. Pero cuando, en
1934, pidió, con la mediación de
Santiago Casares Quiroga, ingresar en
Izquierda Republicana -fusión de radicalsocialistas, azañistas y galleguistas-, la sometieron a la humillación de abrirle un expediente y votar en público su admisión, que fue denegada. Dos afiliadas llegaron a pasear en alto su bola negra, jactándose de la venganza y no pudo por tanto ser candidata en las
elecciones de 1936 que dieron la victoria al
Frente Popular.
La inquina contra Clara Campoamor se debía a que muchos quisieron ver en la victoria de las derechas de 1933 la consecuencia del voto femenino, supuestamente derechista. Esa "explicación" no se sostiene cuando se considera que las izquierdas ganaron en el 36: las mujeres votaron en ambas elecciones. Pero Clara Campoamor sirvió de chivo expiatorio. Ella, se defendió por medio de un libro: Mi pecado mortal: el voto femenino y yo´publicado en junio de
1936, justo un mes antes del golpe de Estado del ejército.
Tras el golpe militar de
1936, Clara, que estaba en San Sebastián en ese momento, parte hacia Madrid, donde también se siente amenazada, y marcha a
Alicante, para embarcar vía
Génova y llegar a
Suiza. Durante la travesía algunos falangistas intentaron secuestrarla. En
Ginebra se instala en casa de
Antoinette Quinche, y escribe una obra fascinante en que manifiesta su repulsión por las violencias cometidas en Madrid en nombre de la Revolución: La revolución española vista por una republicana que publicó en francés y sólo recientemente ha sido editado en español. En esa obra Clara no sólo se muestra como siempre lo fue, liberal e independiente, sino que proporciona el primer análisis histórico de la Revolución española y de la Guerra Civil y nos da su sincero testimonio.
Cuando en
1951 quiso volver a España, Clara se encontró otro problema: era masona, iniciada en la logia de adopción Reivindicación, dependiente de la
Logia Condorcet, del
Gran Oriente Español, en Madrid, junto a
María P. Salmerón,
Mercedes Hidalgo,
Isabel Martínez de Albacete,
Consuelo Berges,
Esmeralda Castells,
Matilde Muñoz, y
Rosalia Goy Busquets. La dictadura militar
franquista propuso, al igual que con otros masones elegir entre dar los nombres de los masones que conocía, o pasar 12 años en la cárcel. Dijo que ser masona era un delito legalísimo cuando ingresó en la masonería. Eligió, otra vez, el ostracismo, el destierro y el olvido.
El exilio la llevó en distintas ocasiones a permanecer en
Francia,
Argentina y
Suiza, En 1955 se instala en
Lausana, donde trabaja en el bufete de
Antoinette Quinche, su amiga y traductora, ejerciendo la abogacía hasta que se quedó ciega, y allí murió de cáncer en abril de
1972, a la edad de 84 años. Sus restos yacen en el cementerio de
Polloe, en
San Sebastián, no en Madrid, dónde nació: San Sebastián era el lugar donde se encontraba cuando se proclamó la República